Lina y Guille forman un gran equipo, él es pediatra y ella, enfermera especialista en pediatría.
Ambos han estudiado un grado universitario, se han preparado el examen de acceso a la residencia y han terminado su formación en la especialidad que querían. Medicina son actualmente 6 años de carrera y unos 4 de especialidad. Enfermería son 4 años y 2 años de especialidad.
Hay casi 50 especialidades médicas y sólo 6 especialidades enfermeras.
Cuando en la UCI Pediátrica hay pocos niños ingresados, Guille y el resto de pediatras aprovechan el tiempo para revisar artículos, hacer cursos o leer protocolos. A Guille, a no ser que haya una súper pandemia mundial, no le llama su jefe y le dice que necesitan que vaya a cubrir la planta de trauma. Cuando Guille está esperando que le llame la bolsa, sabe que quizás no le toque el hospital o el servicio de pediatría que más le gusta, pero sabe que va a ser Pediatría. No tiene miedo de uno de esos contratos retén que le harían pasar por 27 plantas en un verano, de medicina interna a cirugía, de neonatos a la REA o de urgencias a infecciosas.
No me mal interpretéis, lo suyo es lo que debería ser. Lo nuestro, lo que debería cambiar. No creo que hagan falta tantas especialidades como nuestros compañeros, pero no me digáis que lo que tenemos nos permite ejercer unos cuidados de calidad.
Porque no es normal que puedas acabar la carrera y entrar directamente en neonatos. No es normal que hayas hecho un Máster y un Experto en Cuidados Críticos, te encante el mundo del intensivo y te manden a un centro de salud rural. No es normal que tengas la especialidad en Enfermería Familiar y Comunitaria y te llamen para empezar mañana mismo en la REA.
No es normal que nuestro futuro haya dejado de depender de nosotras y no seamos más que un número en una lista. No es normal que no se apueste por la especialización en una profesión que está en continuo movimiento.
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